En primer lugar hay que aclarar que a mucha gente le parece extraño ya que no exista más violencia en este país de hambre, estafas consentidas y desigualdades. Lo más normal para un padre o una madre con cuatro hijos hambrientos y sin hogar, es que se desahogue lanzándole un tiesto sin flores a un policía, a un banquero o a un diputado.
El cachondeíto este de que somos nosotros los violentos (los desahuciados, los estafados por preferentes, los privados de educación y sanidad, las mujeres, los inmigrantes, los yayoflautas, etc.) seguramente nos acabará convirtiendo en violentos. Al tiempo. Una cosa es masacrarnos y otra reírse de nosotros. Yo estaba aquel famoso día en la manifestación ante el Congreso en la que uno de los “violentos” fue golpeado por la policía y repelió las andanadas al grito de “soy compañero, coño”. Ese mismo día también presencié cómo la policía cargaba contra un hombrecillo de poco más de 1.50 de estatura, superada la sesentena, con una carpetilla en el pecho como toda arma y una voz atiplada que les gritaba “no nos mires, únete”. Lo dejaron pal tinte, que se dice en mi barrio chabolero. A mí, que andaba de periodista sin gritar consigna alguna, también me cascaron aquel día. Aunque yo no me quejo porque me lo tengo más que merecido por mi natural subversivo, o sea.
El caso es que la policía y la guardia civil han ido recuperando, en estos últimos años, una ferocidad que parecía ya pasada de moda. Pues no. Debe de ser otra tendencia vintage. Incluso observé esa violencia de memoria sepia en manifestaciones en las que había más policías que manifestantes (sin contar a los infiltrados “compañeros, coño”).
Yo no digo que los policías españoles tengan que llevar claveles en los cañones de sus subfusiles, como sucedió en un abril lejano y extranjero. Pero me da la impresión de que van sembrando odio y mentiras suficientes como para que un día a alguien se le escape algún tiesto. Ya no voy a hablar de hambre y desahucios. Pero volvamos a un padre y a una madre, manifestándose por su dignidad junto a sus hijos mal desayunados. Carga la policía. Se te vienen sin querer a la cabeza los sucesos del Tarajal. Los muertos del Tarajal. Defiendes lo tuyo, a los tuyos… Porque tienes miedo. Agarras la maceta. Ojalá nunca pase, y policía y Gobierno sigan mintiendo. Pero yo creo que sí pasará. Pronto. Y ya no será mentira. Algún día sí vendrá el lobo y será feroz.
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